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April 25, 2022, 11:42 am

Acariciar el suave pelo de un peluche hace que nuestro cerebro libere neurotransmisores asociados al bienestar y al placer y, por eso, este sencillo gesto nos hace sentir (tengamos la edad que tengamos)...

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Acariciar el suave pelo de un peluche hace que nuestro cerebro libere neurotransmisores asociados al bienestar y al placer y, por eso, este sencillo gesto nos hace sentir (tengamos la edad que tengamos) mucho mejor cuando estamos tristes.

Esta idea se desprende de un estudio publicado en la revista Journal of Consumer Research y llevado a cabo por los investigadores Chris Janiszewski, de la Universidad de Florida, y Dan King, de la NUS Business School de Singapore. Según ellos, detrás de esta necesidad de acariciar o abrazar, existe un "instinto animal" que compartimos con el resto de mamíferos. Y es que cuando un mamífero está herido, ha sido agredido o está enfermo, su cerebro está programado para responder de forma positiva a los estímulos táctiles, para de este modo sentirse menos vulnerable emocional y físicamente en el estado en que se encuentra. Los estímulos táctiles liberan neurotransmisores asociados al bienestar y el placer.

Los seres humanos, como mamíferos, también respondemos a esta programación, y por ello, cuando tenemos emociones o sentimientos negativos preferimos los estímulos táctiles. Necesitamos abrazar o que nos abracen, acariciar o que nos acaricien. De este modo, nuestro cerebro libera esos neurotransmisores del bienestar y el placer que nos hacen sentirnos mejor y eliminan o mitigan las emociones negativas. Por el contrario, cuando estamos de buen humor, los estímulos visuales nos proporcionan más placer que los que experimentamos a través del resto de los sentidos. Y por lo tanto, en un estado de felicidad disfrutamos mucho más disfrutamos mucho más contemplando una obra de arte, una puesta de sol o mirando el cielo en una noche estrellada.

Desde siempre se han regalado a los niños, ositos y muñecos de peluche, para que los abracen y les acompañen al quedarse solos en su cuarto por la noche o cuando están tristes. Ahora sabemos que esa necesidad no es solo cosa de niños. La necesidad de abrazar o acariciar un peluche no se debe a un alto grado de infantilidad o a que nos seamos suficientemente maduros. Todos nosotros, independientemente de nuestro sexo o edad, experimentamos el mismo alivio al realizarlo.

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